Repoblar las ciudades: el futuro del urbanismo responsable en Costa Rica
Durante décadas, las ciudades latinoamericanas crecieron hacia afuera, expandiéndose en forma de manchas que devoran el suelo agrícola, los ecosistemas y la posibilidad de una movilidad eficiente. Hoy, frente a los desafíos del cambio climático, la pérdida de biodiversidad y el encarecimiento de la vida urbana, la densificación y el repoblamiento de los centros urbanos surgen no como una moda, sino como una necesidad impostergable.
Densificar no significa llenar indiscriminadamente de torres las ciudades. Significa planificar inteligentemente el uso del suelo, aprovechar la infraestructura existente y fomentar barrios donde las personas puedan vivir, trabajar y disfrutar sin depender del automóvil. Es volver a pensar la ciudad a escala humana.
La densificación bien gestionada permite reducir las emisiones asociadas al transporte, optimizar servicios públicos—agua, energía, recolección de residuos— y revitalizar los centros urbanos que en muchos casos fueron abandonados por familias que buscaron espacio y seguridad en la periferia. Cuando las personas regresan a vivir a las ciudades, también regresa la vida a las calles: los comercios prosperan, la oferta cultural se amplía y la seguridad mejora gracias a la presencia constante de residentes.
Otro beneficio clave es el uso eficiente de la infraestructura. Las redes viales, los sistemas de transporte público y las redes sanitarias ya están instaladas en los núcleos urbanos; aprovecharlas mediante proyectos de densificación evitaría duplicar costos y reduciría la presión sobre las finanzas municipales.
En el caso de Costa Rica, la discusión sobre la densificación y el repoblamiento urbano cobra especial relevancia en el Gran Área Metropolitana, donde el crecimiento desordenado fragmentó el territorio y aumentó la dependencia del vehículo particular. Los planes reguladores cantonales y los nuevos proyectos de vivienda en alta densidad muestran un cambio de paradigma: apostar por ciudades más compactas, conectadas y sostenibles, alineadas con la Estrategia Nacional de Descarbonización y los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La clave está en integrar vivienda, transporte público y espacio público de calidad para recuperar el valor de vivir cerca de todo.
Además, una ciudad habitada es también una ciudad más segura. Cuando las calles, parques y comercios mantienen actividad constante, se fortalece la vigilancia natural y se disuaden los actos delictivos. Las ciudades que se vacían al caer la noche se transforman en espacios solitarios y vulnerables, mientras que aquellas donde la gente vive, camina y comparte generan entornos de convivencia y confianza. La seguridad urbana también nace de la vida urbana.
El repoblamiento urbano impulsa, además, la diversidad social y generacional, un elemento esencial para construir comunidades más cohesionadas. En barrios donde conviven personas jóvenes, familias, adultos mayores y estudiantes, se genera un intercambio natural que fortalece el sentido de pertenencia y dinamiza la economía local.
Por supuesto, la densificación requiere planificación urbana responsable, que contemple el acceso a áreas verdes, espacios públicos de calidad y servicios esenciales. El reto está en combinar crecimiento vertical con calidad de vida, priorizando el diseño arquitectónico, la accesibilidad y la sostenibilidad ambiental.
En definitiva, densificar es racionalizar el crecimiento. Es un llamado a volver a habitar los centros urbanos con una mirada moderna y consciente, donde cada metro cuadrado edificado contribuya al bienestar común, a la eficiencia de los recursos y a la calidad de vida de sus habitantes.
Porque las ciudades no están hechas solo de cemento, sino de las historias que vuelven a nacer cuando las personas deciden vivir
en ellas.
Última actualización: 06/11/2025







